Un día de safari contado por Nadia Kolotushkina

A los animales les gusta madrugar. El amanecer marca el inicio de su jornada y es lo primero que aprendes en un safari. A medida que una bola, completamente amarilla, de un color casi chillón, sale del horizonte, los habitantes de la sabana levantan sus hocicos. Se fijan en el viento...para intentar percibir los flecos más sutiles y determinar hacia qué lado hay que andar en busca de una presa fácil o hacia donde hay que huir para evitar convertirse en una rica comida.

 

Para nosotros también es el momento de movernos. Más allá de quedarnos embelesados por el increible espectáculo que representa en Tanzania cada amanecer, hay que darse prisa porque es la única forma de ver un animal en actitud más activa. Y al primero lo vemos todavía en el campamento: una pequeña hiena se ha colado a lo largo de la mañana en la cocina, una estructura de madera abierta de par en par...todo hay que decirlo.. y se ha alimentado muy agusto con los restos de nuestra cena de anoche. Parece casi un peluche, con tanto pelo y tan inofensiva... Me da la sensación de que las hienas tienen peor fama de lo que, en realidad, son. Su cara es bonita, y la mirada..de un animal listo. Tan listo, que huye de vuelta a la sabana según ve acercarse a los primeros hombres..

 

Desayunamos algo rápido y nos montamos en coche. Es una especie de furgoneta 4x4 con el techo desplegable, lo que permite observar la fauna desde una cercanía..algunas veces superior a la deseada. Las cebras y las jirafas nos dan los buenos días desde una pardera... No se preocupan demasiado por los coches y siguen tranquilamente a lo suyo: comer hierba antes de que aparezca algun depredador. Sólo alguna vez vemos como levantan su cabeza para ver si hay algún peligro alrededor.

 

Pasamos por un estrecho pasadizo que forman los árboles y nuestro conductor frena en seco. Pasan los segundos y escuchamos el crujir de unas ramas. "Ohhhh"- las chicas del grupo no podemos evitarlo...Ante nosotros ha aparecido un pequeño elefante, un bebé que dan ganas de acariciar. Pero inmediatamente después aparece su padre, o así lo suponemos, y mueve las orejas de forma agresiva. Además, levanta la trompa. Son señales inconfundibles de que quiere marcar su territorio y que ni se nos ocurra acercarse un poco más a su cría. Nos quedamos embobados observándolos y nuestra paciencia tiene recompensa: nos damos cuenta de que no se trata de dos animales aislados, sino de toda una familia, con unos 20 integrantes, que han encontrado unas ramas especialmente deliciosas entre los arbustos y han montado su picnic en este lugar.

 

Eso nos hace pensar en el calor abrasador que estamos sufriendo y decidimos parar en un lodge para tomar una cervecita fría y algo para picar. Las cervezas en Tanzania enamoran a cualquiera que las pruebe. Primero, porque son grandes, de medio litro, y, segundo, porque es lo único que refresca cuando no hay forma de sobrevivir al calor. Pasamos las peores horas del día a la somba de un enorme baobab.

 

Cuando son las cuatro de la tarde, reanudamos la marcha. Avanzamos entre rocas, cuando de repente vemos un mejestuoso animal andar entre las altas hierbas. Es un felino, un león que mueve su cabeza de una forma muy lenta y nuestra presencia parece importarle muy poco. Su interés se centra en algo que vimos al pasar unos minutos antes: un dik-dik, un pequeño antílope que no ha parado de tiritar de miedo. Dan ganas de acercarse y subirle al coche, pero, según el conductor, no debemos alterar los procesos lógicos de la naturaleza. Con el corazón en un puño, intento hacer que el pequeño se vaya, dando palmadas o asomándome del coche de forma exagerada...pero el guía frena mis intentos. Frustrada, me quedo a la espera y, para mi alivio, aunque creo que fue generalizado, el león gira hacia el lado contrario y se aleja..muy poco a poco y, dando a entender, que puede cambiar de opinión en cualquier momento y no va a ser nuestro coche el que lo frene.

 

Cansados, pero felices, decidimos volver al campamento. Por el camino buscamos un alto para observar cómo se pone el sol..un espectáculo majestuoso, de película..casi casi irreal. Es de noche y de noche está prohibido circular por las carreteruchas que atraviesan los parques nacionales, así que sólo nos queda comentar el día alrededor de una mesa con una rica cena que ha preparado el cocinero.

 

Nos retiramos a unas nuestras tiendas de uno en uno..Las cerramos y todavía se escuchan algunas carcajadas nerviosas: estamos en medio de un parque y sabemos que habrá animales que estarán andando alrededor.. Por eso, se nos prohibe salir a la calle a lo largo de la noche. Me duermo, pero el frágil sueño dura apenas unos minutos. Me levanto horrorizada, porque a escasos metros de la tienda acaba de rugir un león...

 

 

Nadia Kolotushkina